miércoles, 25 de septiembre de 2013

Segundo error: la experiencia individual

El modernista como creyente



Para continuar con la descripción de los personajes representativos del modernismo, toca ahora hablar sobre el creyente.
¿Qué diferencia al modernista creyente del modernista filósofo? Pues bien, el creyente reconoce la existencia de lo divino con absoluta independencia del hombre. En otras palabras, el filósofo considera que la divinidad existe sólo en la medida en que el hombre cree que es así; mientras que el creyente considera que la divinidad existe independientemente de si el hombre lo cree o no.

¿En dónde radica, pues, el error de este modernista creyente? En la idea errada de que la religión se debe basar en la experiencia particular de cada hombre, idea que los hace caer en el error de los protestantes y seudomísticos. La explicación que dan es la siguiente:

En el sentimiento  religioso se descubre una cierta intuición del corazón;  gracias a la cual, y sin necesidad de medio alguno, alcanza el hombre la realidad de Dios, y tal persuasión de la existencia de Dios y de su acción, dentro y fuera del ser humano, supera con mucho  a toda persuasión científica.  Esta verdadera experiencia es superior a cualquiera otra racional; y si alguno,  como acaece con los racionalistas, la niega, es simplemente, dicen, porque rehúsa  colocarse en las condiciones morales requeridas para que aquélla se produzca.  Y tal experiencia es la que hace creyente  al que la ha conseguido. 

¡Cuánto dista todo esto de los principios católicos! Semejantes quimeras las vimos ya reprobadas por el concilio Vaticano. 

 Y así, como un error lleva a otro, es bueno advertir que de esta doctrina de la experiencia, unida a la otra del simbolismo, se infiere que toda religión es verdadera, sin exceptuar el paganismo. Pues qué, ¿no se encuentran  en todas las religiones experiencias de este género?  Luego ¿con qué derecho los modernistas negarán la verdad de la experiencia que afirma el turco,  y atribuirán sólo a los católicos las experiencias verdaderas? Así, algunos veladamente  y los otros sin rebozo, tienen por verdaderas todas las religiones. Y es manifiesto que no pueden opinar de otra forma,  pues establecidos sus principios, ¿por qué causa argüirían  de falsedad a una religión cualquiera?  Para lograrlo tendrían que admitir la falsedad del sentimiento religioso o usar una fórmula brotada del entendimiento.

En favor de la religión católica estos creyentes a lo mucho argumentarán que por tener más vida, posee más verdad, y que es más digna del nombre cristiano porque responde con mayor plenitud a los orígenes  del cristianismo.  Pero nada más.

Otra error que abiertamente se contrapone con la Verdad católica es que según estos creyentes modernistas, la misma tradición es la comunicación de otra experiencia que ha trascendido los siglos por ser un sentimiento real; de nuevo, como consecuencia de esa idea arrada, todas las religiones serían verdaderas por el simple hecho de existir, ya que si no lo fueran, ya no vivirían.

En cuanto a la ciencia y la fe, su postura es que la una y la otra se debe ocupar de su materia sin siquiera intentar cuestionarse la una a la otra, porque si cada una se encierra en su esfera, nunca  podrán
encontrarse  ni, por lo tanto, contradecirse. 


Si tal vez se objeta a eso que hay en la naturaleza visible ciertas cosas que incumben también a la fe, como la vida humana de Jesucristo, ellos lo negarán. Pues aunque  esas cosas se cuenten  entre los fenómenos,  en cuanto las penetra la vida de la fe, ésta las transfigura y desfigura, son arrancadas del mundo  sensible y convertidas  en materia del orden divino, de forma que no deben cuestionarse. No obstante, según estos errados creyentes, la fe sí debe someterse a la ciencia, a la moral y a la filosofía y debe, por ende, adaptarse a sus cambios.

 Los modernistas invierten sencillamente  los términos:  a los cuales, por consiguiente, puede aplicarse lo que ya Gregorio IX, también predecesor nuestro,  escribía de ciertos teólogos de su tiempo: «Algunos entre vosotros, hinchados  como odres por el espíritu  de la vanidad, se empeñan  en traspasar con profanas novedades los términos que fijaron los Padres,... seducidos por varias y extrañas
doctrinas, hacen de la cabeza cola, y fuerzan  a la reina a servir a la esclava».


Confesando, en fin, que la fe ha de subordinarse  a la ciencia, a menudo y abiertamente censuran  a la Iglesia,  porque tercamente se niega a someter y acomodar sus dogmas a las opiniones filosóficas; por lo tanto,  desterrada con este fin la teología antigua, pretenden introducir otra nueva  que obedezca a los delirios de los filósofos. 

En términos teológicos, el modernista propaga los siguientes errores.

a) La fe. Dios es inherente al hombre y las representaciones de la realidad divina son simbólicas, además se añade otro principio que se puede llamar permanencia divina y consiste en que la vida de los cristianos es divina, por ser gérmenes que viven en la simiente que es Cristo, y la vida de Cristo es divina, no por ser verdadero Dios sino por haber alcanzado un alto nivel espiritual y fundado una religión.

b) El dogma. Surge de una definición sancionada por el magisterio y responde a un deseo de ilustrar los pensamientos y conciencia de los que profesan la religión. Y en lo tocante al culto sagrado y los sacramentos, aseguran como en todo lo demás que surge de impulsos íntimos o necesidades, para dar a la religión algo de sensible, pero que en realidad son puros signos y símbolos carentes de significado verdadero, que responden al puro sentimiento religioso. Lo cual ya fue condenado por el concilio de Trento: "Si alguno dijiere que estos sacramentos fueron instituidos sólo para alimentar la fe, sea excomulgado".

c) Los libros sagrados. Al igual que los sacramentos responden a la necesidad del hombre de explicar el origen de las cosas, y su necesidad de Dios, su divinidad procede de ese mismo sentimiento y le dan a la inspiración divina un matiz absolutamente subjetivo, volviéndola algo opinable.

d) La Iglesia. Surge desde el momento en que se presenta una colectividad de fieles que dependen de su primer creyente, es decir de Cristo, si se trata de católicos. Para ellos la autoridad de la Iglesia no es dada por Dios sino por los mismos hombres, por lo cual la Iglesia debería adaptarse a los modelos seguidos por el hombre en otros ámbitos y adoptar un modelo democrático, o de lo contrario desaparecer. El Estado se debe separar de la Iglesia, el católico del ciudadano. Señalar, bajo cualquier pretexto, al
ciudadano el modo de obrar es un abuso del poder eclesiástico que con todo esfuerzo  debe rechazarse. La "libertad" del hombre debe someter a la autoridad eclesiástica. Como el único fin de la potestad eclesiástica se refiere a cosas espirituales, se ha de desterrar todo culto externo.




e) La evolución. Dice el modernista que en toda religión viva, nada existe que no sea variable y que por lo tanto no deba variarse. Así las cosas, el dogma, la Iglesia y el culto sagrado deben someterse a las leyes de la evolución y debe cambiar conforme a los tiempos. Dos fuerzas luchan en este proceso, la conciencia individual progresista y la fuerza conservadora representada por la tradición y las autoridades eclesiásticas. Dos fuerzas que, empero, están sujetas a un pacto tácito. 

S.S. San Pío X describe así el modo sistemático en que actúa el progresista:

"Fácil es ahora comprender por qué los modernistas se admiran tanto cuando comprenden que se les reprende o castiga. Lo que se les achaca como culpa, lo tienen ellos como un deber de conciencia.  Nadie mejor que ellos comprende las necesidades de las conciencias, pues la penetran  más íntimamente  que la autoridad eclesiástica. En cierto modo, reúnen en sí mismos aquellas necesidades, y por eso se sienten obligados a hablar y escribir públicamente.  Castíguelos,  si gusta, la autoridad; ellos se apoyan en la conciencia del deber, y por íntima  experiencia saben que se les debe alabanzas y no reprensiones.  Ya se les alcanza  que ni el progreso se hace sin luchas ni hay luchas  sin víctimas:  sean ellos, pues, las víctimas,  a ejemplo de los profetas y Cristo. Ni porque se les trate mal odian a la autoridad; confiesan voluntariamente que ella cumple su deber. Sólo se quejan de que no se les oiga, porque así se retrasa el «progreso» de las almas; llegará, no obstante, la hora de destruir esas tardanzas,  pues las leyes de la evolución  pueden refrenarse,  pero no del todo aniquilarse. Continúan  ellos por el camino emprendido; lo continúan,  aun después de reprendidos y condenados, encubriendo su increíble  audacia con la máscara de una aparente humildad.  Doblan fingidamente sus cervices, pero con sus hechos y con sus planes prosiguen más atrevidos lo que emprendieron. Y obran así a ciencia y conciencia, ora porque creen que la autoridad debe ser estimulada y no destruida, ora porque les es necesario continuar  en la Iglesia, a fin de cambiar insensiblemente  la conciencia colectiva. Pero, al afirmar eso, no caen en la cuenta de que reconocen que disiente de ellos la conciencia colectiva,  y que, por lo tanto,  no tienen derecho alguno de ir proclamándose intérpretes de la misma".

Pío IX escribía: «Esos enemigos de la revelación divina, prodigando estupendas alabanzas al progeso humano,  quieren, con temeraria y sacrílega osadía, introducirlo  en la religión católica, como si la religión fuese obra de los hombres y no de Dios, o algún invento  filosófico que con trazas humanas  pueda perfeccionarse».      

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