miércoles, 4 de septiembre de 2013

Primer error: el agnosticismo

El modernista como filósofo


Decíamos ya en la entrada anterior que el enemigo interno de la Iglesia reúne a los siguientes personajes:  al filósofo, al creyente,  al apologista, al reformador. Empecemos pues a describir a cada uno.

 Comencemos por el filósofo. Los modernistas establecen,  como base de su filosofía  religiosa, la doctrina comúnmente  llamada agnosticismo, según la cual razón humana no posee facultad  ni derecho de franquear  los límítes  de los fenómenos visibles. Por lo tanto,  es incapaz de conocer a Dios y, por lo que a la historia se refiere, Dios de ningún  modo puede ser sujeto de la misma. 

Ahora bien, los modernistas pasan del agnosticismo, que no es sino 
ignorancia, al ateísmo científico  e histórico, cuyo carácter total es
la negación; y, en consecuencia, hacen el tránsito a explicar esa misma historia con independencia de Dios. Así, es indudable que los modernistas tienen  establecida y fija una cosa, a saber: que la ciencia debe ser atea, y lo mismo la historia; en la esfera de una y otra no admiten sino fenómenos:  Dios y lo divino quedan desterrados

El aspecto positivo del agnosticismo está constituido por la llamada inmanencia  vital. Ellos pasan de la negación a la inmanencia vital del siguiente modo: No importa si la religión es natural o sobrenatural, lo que importa es que exige una explicación. Pero recordemos que los agnósticos y ateos ya han cerrado todo acceso a la revelación y a los motivos para creer en ella; es decir, como según ellos es IMPOSIBLE conocer a Dios, resulta claro que nunca el hombre podrá encontrar la explicación apatecida. Entonces,  
la explicación ha de hallarse  exclusivamente  en la vida misma del hombre. Por tal procedimiento se llega a establecer el principio de la inmanencia religiosa. 

Inmanente quiere decir que es inherente a algún ser o que es inseparable a éste. En otras palabras, la religión, según esta filosofía, quedaría reducida a un impulso inherente al ser humano, a una necesidad de este, a un sentimiento íntimo engrendrado en la indigencia de lo divino.

¿Acaso no hemos oído todos alguna vez frases como esta: "La religión responde sólo a una necesidad del hombre de creer en algo superior a él"? Sí, señoras y señores, si alguna vez han escuchado o incluso dicho una frase similar, se trata ésta de un argumento agnóstico/ateo.

Por otra parte, como esa indigencia de lo divino yace sepultada bajo la conciencia, o, para emplear un vocablo tomado de la filosofía moderna, en la subconsciencia, también su raíz permanece escondida e inaccesible.  En consecuencia, tanto a lo que está fuera del hombre, más allá de la naturaleza  visible, como a lo que está en el hombre mismo, en las profundidades de la subconsciencia, se le considera incognoscoble. La indigencia (necesidad) de lo divino, sin juicio alguno previo suscita en el alma, naturalmente  inclinada a la 
religión, cierto sentimiento especial, que tiene por distintivo el envolver  en sí mismo la propia realidad de Dios y el unir en cierta manera al hombre con Dios. A este sentimiento llaman  fe los modernistas: tal es para ellos el principio de la religión. 

Pero no se detiene aquí la filosofía  o, por mejor decir, el delirio modernista, pues en ese sentimiento  los modernistas no sólo encuentran  la fe, sino que con la fe afirman que se verifica la revelación. Para ellos, es ya una revelación,  o al menos un principio de ella, ese sentimiento  que aparece en la conciencia, y Dios mismo, que en ese preciso sentimiento  religioso se manifiesta al alma. De aquí surge aquella afirmación tan absurda de los modernistas de que toda religión es a la vez natural  y sobrenatural, según los diversos puntos de vista. De todo esto se deriva la indistinta significación de conciencia y revelación.  

Llegamos ahora a explicar algo un poco más complicado. Hace tiempo, escuché a un "sacerdote" afirmar lo siguiente: "La comunión es un signo visible que por la fe se convierte en algo milagroso (entiéndase el cuerpo y la sangre de Cristo)". Según él, si yo creo y tengo fe en que la hostia se convierte en el cuerpo de Cristo, así sucede...y si no...pues no.

En palabras técnicas esto se define del siguiente modo:
Un fenómeno se transfigura en cuanto es levantado por la fe sobre sus propias condiciones, con lo cual queda hecho materia más apta para recibir la forma de lo divino, que la fe ha de dar; en segundo lugar,  se desfigura, pues la fe le atribuye lo que en realidad no tiene, al haberle sustraído a las condiciones de lugar y tiempo; lo que acontece, sobre todo, cuando se trata de fenómenos  del tiempo pasado, y tanto más cuanto más antiguos fueren.  De ambas cosas sacan, a su vez,  los modernistas, dos leyes, que, juntas  con la tercera sacada del agnosticismo, forman las bases de su crítica histórica. Un ejemplo lo aclarará: lo tomamos de la persona de Cristo. 
En la persona de Cristo, dicen, la ciencia y la historia ven sólo un hombre. Por lo tanto, en virtud  de la primera ley, sacada del agnosticismo, es preciso borrar de su historia cuanto presente carácter divino. Por la segunda ley, la persona histórica de Cristo fue transfigurada  por la fe; es necesario, pues, quitarle cuanto la levanta  sobre las condiciones históricas. Finalmente,  por la tercera, la misma persona de Cristo fue desfigurada por la fe; luego se ha de prescindir en ella de las palabras, actos y todo cuanto,  en fin, no corresponda a su naturaleza,  estado, educación, lugar  y tiempo en que vivió. 

Extraña  manera, sin duda, de razonar; pero tal  es la crítica modernista. 

Tenemos así explicado el origen de toda relígión,  aun de la sobrenatural:  no son sino aquel puro desarrollo del sentimiento religioso. Y nadie piense que la católica quedará exceptuada:  queda al nivel de las demás en todo. Tuvo  su origen en la conciencia de Cristo, varón de privilegiadísima naturaleza,  cual jamás hubo ni habrá, en virtud  del desarrollo de la inmanencia vital,  y no de otra manera. 

¡Estupor causa oír tan gran atrevimiento en hacer tales afirmaciones, tamaña blasfemia! ¡Y,  sin embargo, no son los incrédulos  sólo los que tan atrevidamente  hablan así; católicos hay,  más aún, muchos  entre los sacerdotes, que claramente publican tales cosas y tales delirios presumen restaurar  la Iglesia! No se trata ya del antiguo error que ponía en la naturaleza humana  cierto derecho al orden sobrenatural.  Se ha ido mucho más adelante, a saber: hasta afirmar que nuestra  santísima  religión, lo mismo en Cristo que en nosotros, es un fruto propio y espontáneo de la naturaleza.  Nada, en verdad, más propio para destruir todo el orden sobrenatural. 

Estudiemos ahora el papel que, segun estos modernistas, juega la inteligencia en la religión. Si bien es cierto que, conforme a lo expuesto, "Dios sólo se manifiesta al hombre en forma de un sentimiento inherente a su naturaleza", no por ello el hombre debe dejar de utilizar su inteligencia para, como se dice vulgarmente, "pensar su fe".  En este proceso la mente obra de dos modos, según los modernistas: primero, con un acto natural  y espontáneo traduce las cosas en una frase simple y vulgar; después, profundamente,  o como dicen, elaborando el pensamiento, interpreta lo pensado con sentencias secundarias, derivadas de aquella primera fórmula  tan sencilla, pero ya más limadas y más precisas. Estas fórmulas secundarias, una vez  sancionadas por el magisterio supremo de la Iglesia, formarán  el dogma. Repito que todo esto es según ellos. 

Llegamos así a uno de los puntos  principales de la doctrina modernista, al origen y naturaleza  del dogma. Este, según ellos, tiene su origen en aquellas pnmitivas fórmulas  simples que son necesarias en cierto modo a la fe, porque la revelación,  para existir, supone en la conciencia alguna  noticia manifiesta de Dios. Tales fórmulas sólo tienen por objeto proporcionar al creyente  el modo de darse razón  de su fe. Mas no se puede concluir en modo alguno que pueda deducirse que encierren una verdad absoluta; pues, como símbolos, son imágenes de la verdad, y, por lo tanto, han de acomodarse al sentimiento religioso, en cuanto éste se refiere al hombre; como instrumentos, son vehículos  de la verdad y, en consecuencia,  tendrán  que acomodarse, a su vez,  al hombre en cuanto  se relaciona con el sentimiento religioso. 

Mas el objeto del sentimiento religioso, por hallarse  contenido en lo absoluto, tiene infinitos aspectos, que pueden aparecer sucesivamente,  ora uno,  ora otro. A su vez,  el hombre, al creer, puede estar en condiciones que pueden ser muy diversas. Por lo tanto,  las fórmulas que llamamos dogma se hallarán  expuestas  a las mismas vicisitudes, y, por consiguiente, sujetas a mutación.  Así queda expedito el camino hacia la evolución  íntima  del dogma. 

En otras palabras, contrario a lo que enseña la Iglesia desde hace más de dos mil años, los dogmas son solo "fracecillas" que resumen una creencia que no necesariamente es Verdad" y que pueden cambiar todas las veces que cambie el sentimiento religioso del hombre.

¡Cúmulo,  en verdad, infinito de sofismas, con que se resquebraja y se destruye toda la religión! 


Ciegos, ciertamente, y conductores de ciegos, que, inflados con el soberbio nombre de ciencia, llevan  su locura hasta pervertir el eterno concepto de la verdad, a la par que la genuina naturaleza del sentimiento religioso: para ello han fabricado un  sistema «en el cual, bajo el impulso de un amor audaz y desenfrenado de novedades, no buscan dónde ciertamente se halla la verdad y, despreciando las santas y apostólicas tradiciones, abrazan  otras doctrinas vanas, fútiles,  inciertas y no aprobadas por la Iglesia, sobre las cuales —hombres vanísimos—  pretenden fundar  y afirmar la misma verdad. Tal es el modernista como filósofo. 




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