sábado, 19 de mayo de 2012

Breve historia de Santa Pelagia (fragmento del Sermón "La Palabra" del Santo Cura de Ars")

¿Qué movió a Santa Pelagia, que por su hermosura, y aun más por los desórdenes de su vida, tantas almas había perdido, a abrazar las más duras penitencias?


Un día que esta mujer andaba seguida de un grupo de jóvenes ocupados en cortejarla, arreglada con gran elegancia, mas con aquella ostentación de mundanidad, y aquel porte que no respiraban mas que molicie y voluptuosidad, acertó a pasar por la puerta de una iglesia donde se hallaban varios obispos ocupándose en asuntos de la Iglesia. Los santos prelados, indignados ante aquel espectáculo, desviaron sus miradas hacia otra parte, y sin embargo uno de ellos, llamado Nono, miró fijamente a aquella comedianta y exclamó: “¡Ay, esta mujer que pone tanta diligencia en agradar a los hombres! ¿Será una acusación contra nosotros que ponemos tan poco cuidado en agradar a Dios? Y el santo prelado, tomando a su diácono de las manos, lo condujo a su celda. Llegado a ella, postróse con el rostro en la tierra y golpeándose el pecho y, llorando amargamente, dijo: “ ¡Oh, Maestro mío Jesucristo, tened piedad de mí! ¿Es posible que durante mi vida no haya tenido tanto cuidado en adornar mi alma tan preciosa y que tanto costó, como esa cortesana lo ha tenido en un sólo día para engalanar su cuerpo y agradar al mundo.
Al día siguiente, el santo obispo subió al púlpito y pintó de manera que infundía horror, los males que aquella cortesana causaba. Las muchas almas que su mala vida arrastraba al infierno, y acompañaba su sermón con lágrimas abundantes.
Precisamente, Pelagia estaba en la Iglesia, oía el sermón del santo obispo, quedó tan conmovida, o mejor dicho, tan atemorizada, que resolvió convertirse inmediatamente. Sin vacilar fue al encuentro del santo prelado y arrojándose a sus pies y en presencia de toda la asamblea, le pidió con tantas lágrimas e insistencia el bautismo, que el obispo hallándola tan arrepentida no solo le administró el bautismo sino además la confirmación y la comunión.
Después, Pelagia repartió sus bienes entre los pobres, dio libertad a todos sus esclavos, se ciñó el cuerpo con un áspero silicio, abandonó secretamente Antioquia y fue a recluirse en una gruta en el Monte de los Olivos, cerca de Jerusalén.
Más tarde, el diácono del Santo obispo tuvo deseo de ir en peregrinación a Jerusalén.
Antes de partir, el obispo le pidió que se informara si desde cuatro años antes en alguna gruta de aquellas cercanías había una joven oculta
En efecto el diácono al llegar a Jerusalén preguntó si se sabía que en alguna gruta de aquellos alrededores hubiese una joven reclusa desde unos cuatro años antes.
Realmente el diácono pudo hallarla en la citada montaña, morando en una celda que por una abertura tenia una pequeña ventana casi siempre cerrada. La rigurosísima penitencia que Pelagia hacía, la había transformado de tal modo, que, a primera vista, el diácono no acertó a reconocerla. Díjole que venía a visitarla de parte del obispo Nono. Por toda respuesta dijo ella al diácono, con lágrimas, que el obispo Nono era un santo y que se encomendaba mucho a sus oraciones y cual si fuese indigna de ver la luz del día después de haber ofendido tan grandemente a Dios y perdido tantas almas, cerró la ventanilla.
Los solitarios dijeron al diácono que aquella mujer castigaba su cuerpo con tormentos tales que daba pavor a los solitarios más austeros. El diacono antes de partir quiso tener la satisfacción de verla otra vez pero la hallo muerta.
¿Quién sacó a aquella desgraciada del fango de sus infamias para hacer de ella una tan gran penitente? Una sola instrucción produjo en ella este cambio. Será que la palabra de Dios halló su corazón BIEN DISPUESTO para recibir la buena semilla.