miércoles, 24 de junio de 2015

Favor de la Santísima Virgen a un pecador



Refiere el venerable Juan Herolt, que se llamaba por humildad el Discípulo, 
que había un casado en desgracia de Dios. No pudiendo su esposa hacerle desistir del pecado, le suplicó que al menos, en aquel miserable estado, tuviera para con la Madre de Dios la atención de que siempre que pasara ante alguna imagen suya la saludara con el Ave María. Y el marido comenzó esa devoción.
Yendo una noche aquel malvado a pecar, vio una luz; se fijó y advirtió que 
era una lámpara que ardía ante una devota imagen de María con el Niño Jesús en los brazos. Rezó su Ave María como de costumbre, pero después ¿qué es lo que vio? Vio al Niño cubierto de llagas que manaban fresca sangre. Entonces, a la vez aterrado y enternecido, pensando que él con sus delitos había llagado así a su Redentor, rompió a llorar. Y observó que el Niño le volvía la espalda, por lo que, lleno de confusión, recurrió a la Virgen santísima, diciéndole: “Madre de 
misericordia, tu Hijo me rechaza; yo no puedo encontrar abogada más piadosa y poderosa que tú que eres mi Madre; Reina mía, ayúdame y ruégale por mí”. La Madre de Dios le respondió desde la imagen: “Vosotros, pecadores, me llamáis madre de misericordia, pero luego no dejáis de hacerme madre de miserias renovando la pasión de mi Hijo y mis dolores”.
Pero como María no es capaz de dejar desconsolado al que se postra a sus 
pies, se volvió a rogar a su Hijo que perdonase a aquel pecador. Jesús seguía 
reacio a perdonarle. Y la Virgen, dejando al Niño en la sede, se postró ante él 
diciendo: “Hijo mío, mírame a tus pies pidiendo perdón por este pecador”. Y 
entonces Jesús le dijo: “Madre, yo no te puedo negar nada. ¿Quieres que le 
perdone? Yo por tu amor le perdono; que se acerque y me bese estas llagas”. Se acercó el pecador llorando copiosamente, y conforme besaba las llagas del Niño éstas se iban cerrando. Por fin Jesús le dio un abrazo como muestra de perdón. El hombre cambió de vida, llevando en adelante una vida santa, devotísimo de la Virgen que le había obtenido gracia tan extraordinaria.

ORACIÓN PARA PARTICIPAR EN LOS MÉRITOS DE CRISTO

Bendigo, Virgen María, tu corazón generoso
que es la delicia y el descanso de Dios.
Yo, infeliz pecador, me llego a ti
con el corazón enfangado y llagado.
Madre piadosa, no me desprecies por esto,
sino muévete a mayor compasión para ayudarme.
No busques en mí, para auxiliarme,
ni virtud ni méritos.

Estoy perdido y sólo merezco el infierno.
Mira sólo, te lo pido, la confianza que pongo en ti
y la voluntad resuelta de enmendarme.
Mira lo que Jesús ha hecho y padecido por mí.
Te presento las penas de su vida,
el frío de Belén y el viaje a Egipto;
la pobreza, la sangre derramada,
los sudores y tristezas,
la muerte que ante ti soportó por amor mío;
por amor de Jesús empéñate en salvarme.

No puedo ni quiero temer, María,
que vayas a dejarme;
por eso a ti recurro en busca de socorro.
Si temiera, haría injuria a tu misericordia
que busca ayudar a los necesitados.
No niegues tu piedad, Señora,
a quien Jesús no ha negado su sangre.
Mas esos méritos no se me aplicarían
si tú no intercedes por mí ante Dios.
De ti espero mi eterna salvación.

No te pido ni honores ni riquezas;
te pido gracia de Dios y amor a tu Hijo;
cumplir su santa voluntad,
y el paraíso para amarlo eternamente.
¿Será posible que no me ayudes?
No, que ya me ayudas como espero;
rezas por mí, me otorgas lo que pido
y me aceptas bajo tu protección.
No me dejes, Madre mía;
sigue rezando por mí hasta que me veas
salvo a tus plantas en el cielo,
bendiciéndote y dándote gracias siempre. Amén.


Favor de María hacia el joven Eskil

Un noble joven llamado Eskil, fue mandado por su padre a estudiar a 
Hildeseim, ciudad de la Baja Sajonia; pero él se dio a una vida licenciosa y rota. 
Cayendo gravemente enfermo, a los pocos días estaba a las puertas de la muerte. 
Viéndose al cabo de la vida tuvo una visión: Se vio en un horno de fuego; creía estar en el infierno, pero impensadamente pudo salir de él y se encontró en un palacio; al entrar en un gran salón vio a la Santísima Virgen que le dijo: “¿Cómo has tenido valor para presentarte en mi presencia? Sal de aquí y vete al fuego del infierno que tienes bien merecido”. El joven imploró la misericordia de la Virgen, y vuelto a unas personas que se hallaban en el salón les rogó que unieran sus oraciones a las de él. 
Así lo hicieron, pero la Santísima Virgen les dijo: “¿Ignoráis la vida licenciosa que ha llevado sin haberse dignado siquiera rezar una Ave María?” Los abogados le dijeron: “Señora, ya cambiará de vida”. A lo que el joven añadió: “Prometo enmendarme de veras y seré tu fiel y leal servidor”. Mitigando entonces la Virgen su severidad, le contestó: “Está bien, acepto tu promesa, séme fiel, recibe mi bendición, para que te veas libre de morir en pecado y del infierno”. Dicho esto, desapareció la visión. 
Volviendo Eskil de su visión, refirió a los demás la gracia que de María había 
recibido. Desde entonces comenzó a llevar una vida santa, alimentando siempre en su corazón un grande y tierno amor a María. Más tarde fue nombrado arzobispo de Luna, en Dinamarca, donde convirtió a muchos infieles. Ya mayor, renunció a la mitra y se hizo monje de Claraval donde vivió cuatro años más, al cabo de los cuales murió con la muerte de los justos. Algunos autores lo cuentan entre los santos del Cister.

ORACIÓN CONFIADA PARA PEDIR LA PROPIA CONVERSIÓN

¡Santa y celestial niña!
Tú que eres la elegida por Madre de mi Redentor
y la augusta medianera de los pobres pecadores,
ten piedad de mí.
Mira postrado a tus pies a otro ingrato,
que a ti recurre en demanda de piedad. 
Verdad es que por mis ingratitudes
contra Dios y contra ti,
merecía ser de Dios y de ti desamparado;
pero oigo decir y así lo siento,
sabiendo que es inmensa tu misericordia,
que no te niegas a ayudar
al que a ti se encomienda confiado.

Tú eres la criatura más excelsa del mundo,
pues sobre ti sólo está Dios,
y ante ti, son pequeños
los más encumbrados de los cielos;
María, la más santa entre los santos,
abismo de gracias y llena de gracia,
socorre a un miserable
que la ha perdido por su culpa.

Yo sé que eres tan amada de Dios,
que él nada te puede negar.
Y sé también que disfrutas
empleando toda tu grandeza
en aliviar a miserables pecadores.

Hazme ver, Señora,
el gran poder que tienes ante Dios
consiguiéndome una luz
y una llama divina tan potente,
que me transforme de pecador en santo,
y que, arrancándome de todo afecto terreno,
me inflame del todo en el divino amor.
Señora, hazlo, por amor de ese Dios
que te ha hecho tan grande,
tan poderosa y tan piadosa.

Así lo espero, así sea.

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