Esta pregunta es una de las favoritas del ser humano desde que nace hasta que muere. En virtud de esta pregunta se han hecho los más grandes descubrimientos desde tiempos antiguos, y en ocasiones, el conocer las causas de alguna cosa nos hace capaces, en cierto modo, de predecir su futuro o de reparar el presente.
Una pregunta que yo me hago de forma recurrente es por qué nuestro mundo está tan mal. Me consterna ver cómo nosotros los seres humanos parecemos estar cavando nuestra propia tumba a una velocidad sin precedentes. Sobre todo, me duele ver cómo la juventud está inmersa en la más cruel confusión e indiferentismo ante esta situación. Parece que tenemos prisa por “darnos en la torre”, hacemos todo lo que nos perjudica y muchas veces buscamos las respuestas en los lugares equivocados.
Hay quienes culpan de esto a los medios de comunicación, otros que se lo achacan a la brecha generacional, muchos otros que arremeten contra los gobiernos, los malos (en ocasiones pésimos) sistemas educativos, el desempleo, etcétera. Quizá cada uno de estos elementos sea hasta cierto punto responsable de esta carencia de valores en la sociedad, y particularmente en la juventud; el común denominador que yo encuentro es el que casi nunca se menciona y ése es la irreligiosidad o el indiferentismo religioso.
¿Alguna vez alguien se ha puesto a pensar que las grandes catástrofes de la humanidad y los grandes problemas de nuestra vida personal sean consecuencia del pecado?
¡Sí, del pecado! Eso que nos aleja de Dios, que nos pone en enemistad con él y que nos priva de la verdadera felicidad. El pecado existe, no se trata de un concepto en desuso. ¡Al contrario! Si abrimos los ojos sólo un poco y volteamos a nuestro alrededor, el pecado está en todas partes, en especial, en el mismo lugar donde además de dolor, hay desconsuelo, desaliento, desesperación y desolación. ¡Y todavía hay gente que se pregunta POR QUÉ esto o aquello será pecado! No hay que ir muy lejos para alcanzar la respuesta, basta ABRIR LOS OJOS para entender.
El gran problema del pecado es que suele estar asociado con cosas placenteras. Además, hay pecados que mucha gente no considera como tales porque al cometerlos “no le hace mal a nadie”, sin darse cuenta que el mal se lo hace a sí misma. En teoría, es fácil entender por qué matar o robar es malo (y digo en teoría porque parece que hasta está noción está cambiando), pero resulta dificilísimo comprender temas como los actos y los pensamientos impuros, es decir, la lujuria, ese pecado tan seductor, ese pecado que parece embelesar la mente y apropiarse de ella haciéndonos creer que algo que se siente tan bien NO PUEDE ESTAR MAL.
Sé que al mencionar este punto, pasaré ante los ojos de muchos como retrógrada, puritana, mocha, persignada, y quizá cosas peores, pero me siento comprometida a exhortar a todos a usar un poco nuestra inteligencia. La lujuria es el pecado más exaltado y defendido en nuestros tiempos, el pecado por el cual nos arraigan tantos conceptos erróneos (como el de la “belleza” e incluso el consumismo), el pecado que, a su vez nos acarrea otros 50 pecados sin darnos cuenta; todo esto es precisamente lo que debería hacernos por lo menos sospechar que la lujuria no es un amigo sino un enemigo.
Mencionemos solo algunos pocos efectos de la lujuria para ver por qué es tan mala. Gracias a ella, se vende una imagen de belleza que cosifica a la mujer (y ahora también al hombre), se ha propiciado el consumismo con publicidad que infunde la idea de que ciertos artículos y ciertos comportamientos atraen al sexo opuesto. Podemos agradecer a la lujuria tantos casos de madres solteras (antes) y abortos (ahora), enfermedades venéreas, infidelidad, familias desunidas, explotación de menores para la pornografía y pederastia, con todas las consecuencias que estos conllevan; de entre las cuales, la peor de todas es la indiferencia, o sea, el pensar que nada de esto está mal y que es lo más sano y natural llevarlas a cabo.
En términos doctrinales, los efectos de la lujuria son los siguientes:
- Causa muchas enfermedades y aun la muerte,
- es pecado abominable ante Dios y los hombres,
- ENDURECE EL CORAZÓN y embrutece al hombre,
- le hace perder la fe,
- acarrea terribles castigos en esta vida y en la otra,
- es el pecado que hace condenar más almas (sobre todo en la actualidad, en el que se le hace ver como algo tan inocuo, es fácil caer en la trampa).
Sin embargo, la lujuria como tal, puede que tenga una “ventaja”: Así como es el pecado que pierde más almas, es, para quien lucha contra ella, una gran oportunidad de crecimiento, pues quien venza la lujuria, fácilmente vencerá todos los demás vicios.
La contrariedad más grande a la que nos enfrentaremos para vencer la lujuria es el desprestigio de la castidad, que es la única arma con la que contamos para vencer. La castidad está tan desprestigiada que la gente ni siquiera sabe lo que es, y lo que es peor, no le interesa saberlo. Se cree que ser casto es ser virgen, se piensa que ser casto es una forma de represión psicológica contra los “instintos naturales” del cuerpo e incluso que es dañino para la salud.
La castidad no es nada de esto. En primer lugar, no todo el que es virgen es casto y no todo el que es casto es virgen. Luego, quien se reprime creyendo que practica la castidad, no la conoce, pues la represión es el remedio al que recurrimos con las fuerzas humanas, y la castidad es un don de Dios y sólo recurriendo a Él podemos vivirla en plenitud. Además, una cosa es que como seres humanos tengamos ciertos instintos o inclinaciones y otra que obedecer a éstos sea correcto y nos traiga buenos resultados. La castidad es una virtud preciosa, una herramienta muy eficaz para tener paz y alcanzar la felicidad; a lo cual cabe agregar que no es contraria sino favorable a la salud.
Pero, al final, este es sólo un ejemplo, y lo que más bien debe preocuparnos es que este pecado no es el único que invade nuestra vida, sino que se conjuga con otros muchos, también “muy pequeños” y que tampoco “le hacen mal a nadie”. Mientras seamos esclavos de nuestro egoísmo, no podremos sacar el dolor de nuestra vida y el desaliento se hará cada vez más y más grande. Para empezar a luchar contra él, no es necesario trazarnos grandes metas. Basta con que empecemos practicando pequeñas virtudes. Si soy flojo, empezar a ser un poco más diligente; si soy egoísta, tratar de ser generoso; si soy enojón, ser paciente; si soy malhablado, abstenerme de serlo; se puede empezar con cosas tan pequeñas como no comer si no tenemos hambre, soportar los pequeños defectos de otros, no hablar mal de nadie (ni de quien nos cae mal), hacer oración por nuestros enemigos, no ser tan vanidosos, no gastar en lo que no necesitamos, no poner nuestra seguridad en nuestra ropa, nuestro celular o nuestro automóvil, buscar la austeridad y la sencillez en lo que hagamos, vistamos y hablemos.
Todos, como seres humanos, somos un conjunto de cualidades y defectos. Que nadie les diga que los defectos y los vicios no se pueden vencer. Es más que posible, porque Dios a todos les da la gracia suficiente para salvarse y si Él supiera que algo es imposible, no nos lo pediría. No caigamos en la trampa de creer que Dios no existe o nos abandona a la deriva, ni tampoco en el error de que podemos actuar como se nos dé la gana, "al fin" Dios lo perdona todo". No estamos solos en esta lucha contra nosotros mismos y podemos, a partir de hoy, ver nuestros defectos como una oportunidad de crecer, y no como la causa de nuestra irremediable perdición. Reflexionemos cómo el pecado ha afectado nuestra vida y cómo la sigue y la seguirá afectando a menos que nosotros pongamos un remedio, arrepintámonos de corazón y cambiemos nuestra vida. Dios nos llama a hacerlo y siempre está dispuesto a perdonar, es ahí donde radica su infinita Misericordia. Cada uno de nuestros pequeños o grandes defectos nos hará subir un escalón más en el camino al CIELO, siempre que recordemos que sólo Dios nos da la gracia para triunfar sobre ellos.