¿Qué movió a Santa Pelagia, que por su hermosura, y aun más
por los desórdenes de su vida, tantas almas había perdido, a abrazar las más
duras penitencias?
Un día que esta mujer andaba seguida de un grupo de jóvenes
ocupados en cortejarla, arreglada con gran elegancia, mas con aquella
ostentación de mundanidad, y aquel porte que no respiraban mas que molicie y voluptuosidad,
acertó a pasar por la puerta de una iglesia donde se hallaban varios obispos
ocupándose en asuntos de la Iglesia. Los santos prelados, indignados ante aquel
espectáculo, desviaron sus miradas hacia otra parte, y sin embargo uno de ellos,
llamado Nono, miró fijamente a aquella comedianta y exclamó: “¡Ay, esta mujer
que pone tanta diligencia en agradar a los hombres! ¿Será una acusación contra
nosotros que ponemos tan poco cuidado en agradar a Dios? Y el santo prelado,
tomando a su diácono de las manos, lo condujo a su celda. Llegado a ella,
postróse con el rostro en la tierra y golpeándose el pecho y, llorando
amargamente, dijo: “ ¡Oh, Maestro mío Jesucristo, tened piedad de mí! ¿Es
posible que durante mi vida no haya tenido tanto cuidado en adornar mi alma tan
preciosa y que tanto costó, como esa cortesana lo ha tenido en un sólo día para
engalanar su cuerpo y agradar al mundo.
Al día siguiente, el santo obispo subió al púlpito y pintó
de manera que infundía horror, los males que aquella cortesana causaba. Las
muchas almas que su mala vida arrastraba al infierno, y acompañaba su sermón
con lágrimas abundantes.
Precisamente, Pelagia estaba en la Iglesia, oía el sermón
del santo obispo, quedó tan conmovida, o mejor dicho, tan atemorizada, que
resolvió convertirse inmediatamente. Sin vacilar fue al encuentro del santo
prelado y arrojándose a sus pies y en presencia de toda la asamblea, le pidió
con tantas lágrimas e insistencia el bautismo, que el obispo hallándola tan
arrepentida no solo le administró el bautismo sino además la confirmación y la
comunión.
Después, Pelagia repartió sus bienes entre los pobres, dio
libertad a todos sus esclavos, se ciñó el cuerpo con un áspero silicio, abandonó
secretamente Antioquia y fue a recluirse en una gruta en el Monte de los
Olivos, cerca de Jerusalén.
Más tarde, el diácono del Santo obispo tuvo deseo de ir en
peregrinación a Jerusalén.
Antes de partir, el obispo le pidió que se informara si desde
cuatro años antes en alguna gruta de aquellas cercanías había una joven oculta
En efecto el diácono al llegar a Jerusalén preguntó si se
sabía que en alguna gruta de aquellos alrededores hubiese una joven reclusa
desde unos cuatro años antes.
Realmente el diácono pudo hallarla en la citada montaña,
morando en una celda que por una abertura tenia una pequeña ventana casi siempre
cerrada. La rigurosísima penitencia que Pelagia hacía, la había transformado de
tal modo, que, a primera vista, el diácono no acertó a reconocerla. Díjole que
venía a visitarla de parte del obispo Nono. Por toda respuesta dijo ella al diácono,
con lágrimas, que el obispo Nono era un santo y que se encomendaba mucho a sus
oraciones y cual si fuese indigna de ver la luz del día después de haber
ofendido tan grandemente a Dios y perdido tantas almas, cerró la ventanilla.
Los solitarios dijeron al diácono que aquella mujer
castigaba su cuerpo con tormentos tales que daba pavor a los solitarios más
austeros. El diacono antes de partir quiso tener la satisfacción de verla otra
vez pero la hallo muerta.
¿Quién sacó a aquella desgraciada del fango de sus infamias
para hacer de ella una tan gran penitente? Una sola instrucción produjo en ella
este cambio. Será que la palabra de Dios halló su corazón BIEN DISPUESTO para
recibir la buena semilla.